El viaje de Luna. ( I )
Como suele suceder con todas
aquellas circunstancias insólitas que se generan de improviso, no existe forma
creíble de avalar sus motivos o causas por lo que, lo más razonable en estos
casos, se limita a exponer, sin más, todo cuanto viene acontecido; sin hacerse
demasiadas preguntas ni pretender restringirlo a una lógica convencional. Digo
esto, estimados lectores, pues tengo la firme y sana intención de haceros
partícipes de la infinidad de prodigios con los cuales me he topado tras
conocer lo que, a continuación, paso a relataros.
Nadie en aquel tiempo hubiera
podido presagiar que algo así pudiera llegar a suceder; e incluso, muchos años
después, continúa siendo objeto de asombro para muchas de las gentes
conocedoras de estos hechos. De cómo; en el momento más insospechado, en el
lugar menos propicio; puede llegar a surgir la chispa de lo inusitado.
Imaginaros, amigos míos, rodeados
de tinieblas en el fondo de la más fría, húmeda y oscura gruta que puedan
albergar las entrañas de la tierra. Pero no solo eso, pues también en el exterior
de aquella caverna; en el preciso instante en que da comienzo esta historia;
imperaba el más helador de los climas y se extendían las sombras amparadas por
el halo nocturno.
Mas, no estoy siendo del todo sincero con vosotros, pues,
aquella noche, lucía la luna la aureola de su majestuosa esfera en toda su
plenitud. Quiso el azar, así mismo, que tal fenómeno fuera a coincidir con otro
de naturaleza algo similar, aunque de
frecuencia un tanto más dilatada, dando lugar a que coexistieran, en el mismo
lapso cósmico, el solsticio de invierno con aquel plenilunio.
Sobre la inmaculada y endurecida
escarcha que alfombraba aquella parte del mundo, quiso verter la luna sus
destellos plateados. Mientras guiaba los pasos de aquellas diminutas y brillantes guirnaldas por la tierra de los
hombres, veía como se dispersaban emitiendo alocados chisporroteos, curiosas y
veloces, y sin orden aparente, como si quisieran emular a las estrellas con las
que está tachonado el firmamento. Pero, llegadas al pie de la gruta de la que
os estoy hablando, justo en la entrada, detuvieron su avance de forma
repentina, temerosas de aventurarse en su interior.
La luna, curiosa, quiso saber que
ocurría e, inclinando su órbita levemente, iluminó con su luz aquel umbral
tallado en la roca. Sus rayos se colaron hacia adentro y fueron rebotando entre
vetas argentadas, afloramientos de cuarzo y diamantes que se asomaban entre la
dura piedra. Y así y así, dando saltos, alcanzó a hallar el final de aquel
túnel yendo a incidir, justamente, sobre una gota de agua que a punto estaba de
desprenderse del techo. Era aquel el fluido más puro que existía en todo el ancho
orbe. La esencia vital destilada durante millones de años. Como fuere, la
sustancia primigenia contenida en el líquido elemento, vio la luz y despertó.
Así fue como nació Luna.
La otra luna, origen de tal
alumbramiento, de inmediato fue consciente de aquel hecho, pero su inexorable
rumbo la obligaba a deslizarse hacia otras latitudes y le impedía permanecer
allí por más tiempo. Mientras se retiraba dolida por tener que dejar sola a su
prole, rogó a la tierra “guardase aquel
tesoro en su ausencia” y prometió regresar en su busca cuando el ciclo se
cerrara.
No era la tierra muy dada a
prestarse a estas cuestiones, mas de Luna emanaba tal latencia; entre hipnótica
y sedante, irradiando iridiscencias de pulsos azulados; que al ver sus relieves
internos adornados por la luminosa pátina que aquel alma confería, no pudo por
menos que plegarse a sus encantos y, tan cuidadosamente como pudo, buscó el
modo de dar forma a un refugio adecuado para tan delicada criatura. Decidió que el mejor sitio, siendo aquel
cuerpo de agua, vendría de sumergirlo en aquel mismo elemento. Y así fue como
Luna acabó siendo depositada en un oculto lago excavado entre caliza y en
compañía de otras compañeras que carecían de sus mismas dotes.
Durante ese tiempo, aprendió las
palabras que las grietas escribían en las paredes rocosas, supo de la armonía
por el arrullo surgido de los cauces subterráneos, comprendió la geometría que
esconden los minerales. Pero no supo del tiempo, la vida o las cuestiones
mundanas. Solo aguardó entre penumbras el regreso de su madre, confiada en el
cumplimiento de aquel compromiso que
había sido emitido durante la noche más larga.
Como en un sueño me he dejado llevar por Tus palabras y me ha embrujado la historia...
ResponderEliminarEsperaré ansiosa (digo...paciente)a la continuación de tan apasionante relato...
Gracias por dejarme disfrutar de tan maravillosa mente!
Besines
A Tus pies
Siendo así..., mientras esperas..., sigue soñando.
ResponderEliminarUn beso y un azote, mi dulce sierva.