El viaje de Luna. (V)
El día siguiente amaneció claro y
sereno mientras las gotas del aguacero nocturno se deslizaban con parsimonia a
través de los tallos y las hojas de las plantas. El sol, apenas comenzó a
elevarse sobre el horizonte, imprimió con sus rayos una cálida y cristalina
pátina de luz sobre todo aquello cuanto alcanzaba a tocar, animando; mediante
tan directo estímulo; a que toda clase de insectos voladores iniciaran,
entremezclados, un animado y caótico ir y venir.
Luna; desperezándose tras un
reparador y profundo sueño; abandonó el refugio que durante la noche había
compartido con algunos de sus nuevos amigos y, mientras sus pasos discurrían
bajo el saliente rocoso que le había estado proporcionando un techo, vio, no
muy lejos, como Gea se refrescaba bajo una sonora y cantarina torrentera cuyas
aguas eran vertidas desde lo alto, a través de pétreas paredes forradas de
musgo, recorriendo aquella piel desnuda mientras describían complicadas
filigranas de desafiantes trayectorias para con las leyes y teorías condensadas
en los libros.
– Buenos días. – dijo Gea con un
gesto desenfadado. – Espero que hayas descansado.
– Así es Gea, muchas gracias y…,
buenos días a ti también. – respondió Luna mientras centraba su atención en las
marcadas formas femeninas que lucía su anfitriona y de las que, por el momento,
ella carecía.
En cuanto Gea abandonó el abrigo
del líquido elemento y sus pies entraron en contacto con el espeso manto de
hojas que alfombraba todo el suelo, estas, con un raudo y diligente frenesí,
comenzaron a treparle por el cuerpo, confeccionando, en un abrir y cerrar de
ojos, una intrincada celosía vegetal que cubrió su piel a modo de vestimenta.
– Sé que deseas continuar con tu
andadura. – le dijo a Luna mientras le ofrecía su mano. –, pero no estaría bien
por mi parte dejar que lo hicieras con el estómago vacío. Acompáñame y así,
juntas, daremos buena cuenta de nuestro apetito.
La pequeña accedió de buen grado
a la amable invitación sin que fuera necesario repetírselo dos veces, pues las
quejas que le lanzaba su desinflada barriguita eran, ciertamente, contundentes.
– “Así que esto es el hambre”. –
pensó un tanto decepcionada pues se había hecho otra idea acerca de aquella
sensación. La verdad, no le parecía una experiencia demasiado agradable y temió
que otras muchas de las que había oído hablar resultaran igual de frustrantes.
Mas, todo esto se le olvidó rápidamente cuando vio cuán espléndido resultó ser
el ágape que fue dispuesto frente a ella. Desconocía los nombres de aquella retahíla
de manjares pero, baste decir, a modo de referencia, que higos, miel,
frambuesas y almendras se convirtieron desde entonces en sus bocados
preferidos. Además, enseguida pudo constatar que, si bien el hambre no
resultaba ser un concepto demasiado alentador, si que lo era, en cambio, el
hecho de ponerle fin.
Nutrido convenientemente el
sostén físico que albergaba su espíritu, se sintió bien dispuesta para
continuar con su marcha, pero Gea aún quería retenerla brevemente a su lado
para, así, tener la oportunidad de exponer
algunas recomendaciones.
– Esta noche – anticipó a la
pequeña. – tendrás ocasión de conversar con tu añorada madre. Pero, antes,
recibirás la visita de uno de mis hermanos. Él nunca lo haría, pero puede
presumir de contarse entre los más sabios. Permanece atenta a las señales, mi
joven viajera, pues suele manifestarse de las formas más insospechadas y tiende
a recurrir a enrevesadas metáforas para, de ese modo, conocer con rapidez la
verdadera naturaleza de las almas con las que se encuentra. Si superas el examen
de su ojo inquisitivo, él te desvelará con prontitud las claves para conducirte
con acierto en tu futuro más inmediato.
Gea, se acercó entonces a la niña
y, tras ofrecerle un largo y amoroso abrazo, la besó en la frente antes de
despedirse con estas palabras:
– No quiero entretenerte más, mi adorable
allegada. Continúa tu aventura sin temor alguno a perderte, que el bosque te
irá mostrando como seguir el camino.
– Muchísimas gracias por todo. – manifestó
Luna con evidente humildad. – No sé como compensaros a todos por el trato tan
amable y familiar que me habéis dispensado. Solo espero, en un futuro, ser
capaz de devolveros una mínima parte del ánimo y la fortaleza que, en tan breve
tiempo, me habéis regalado. Pero…, si me lo permites, antes de partir me
gustaría hacerte una pregunta. ¿Puedo?
– Por supuesto Luna. ¿Cómo no
ibas a poder?
– ¿Volveremos a vernos?
Gea, por más que se hubiera
prometido a sí misma mantener la compostura, no pudo evitar que las lágrimas
vinieran a asomarse a sus ojos movidas por aquella inesperada y sincera muestra
de afecto.
– Por supuesto que sí. – respondió,
disimulando, a duras penas, un sollozo. – Allí donde los miembros de nuestra
extensa comunidad puedan vivir en libertad y armonía, allí podrá sentirse
también el aliento que me impulsa y, por tanto, también estaré presente. No sufras
con respecto a eso.
– Me alegro de que así sea y poder, de ese modo,
volver a disfrutar de tu compañía.
– Todo a su tiempo. – concluyó Gea
de forma un tanto abrupta, pues no sabía como ponerle fin a la tensión del
momento. – Pero… no te demores por más
tiempo, mi dulce niña, ya que el día avanza y es muy largo el trecho que habrás
de recorrer antes de que concluya.
Luna se giró a fin de emprender
la marcha, pero no podía dejar de mirar hacía atrás de tanto en tanto mientras
agitaba una mano en señal de despedida, sin que por ello pudiera librarse del
opresivo desasosiego que la atenazaba. La figura de Gea le devolvía la mirada y,
cuando esta comenzó a difuminarse entre el ramaje y la espesura; con una voz
que no necesitaba del aire para desplazarse sino que, directamente, se alojaba
en el cerebro de su receptora; le dedicó este sentido epílogo a su encuentro:
– “Hasta
pronto Luna. Que la buena fortuna te acompañe en tu periplo”.
Tocaba conducirse de nuevo en
solitario, aunque, a decir verdad, aquello no era del todo cierto. Infinidad de
criaturas acompañaban a la pequeña y, como Gea había prometido, velaban por que
sus pasos no desviaran su rumbo. Además, parecía como si el propio bosque se
fuera haciendo a un lado a cada zancada que daba y fuera abriendo una senda
ante ella para volver a cerrase a sus espaldas en cuanto avanzaba.
Las horas fueron pasando mientras
aumentaba la distancia recorrida. Luna no sabía a ciencia cierta cuan extensa
iba a resultar la etapa a cubrir aquel día y, por ello, se apremiaba a si misma
para continuar sin descanso no fuera a quedarse corta. No obstante, el calor
había ido en aumento durante toda la jornada y, a pesar de contar con la sombra
que proporcionaban los árboles, superado ya el mediodía, el ambiente se tornó
sofocante. Luna no estaba acostumbrada a aquellas duras caminatas ni, tampoco, al
clima que las acompañaba y, mientras sentía como sus fuerzas la iban
abandonando, rememoró con nostalgia el agradable frescor que imperaba en la
gruta en la que durante tanto tiempo había residido.
Como si fuera consciente de todo aquello,
la foresta trazó una amplia curva en el camino que; hasta entonces, salvo para
esquivar algún que otro obstáculo; había discurrido prácticamente recto. Llevó a
la pequeña hasta un pequeño manantial donde tuvo la ocasión de saciar su sed y,
de paso, refrescarse. Entre tanto, un grupo de revoltosos gorriones, que la había
estado acompañando, se encargó de desprender algunos de los frutos que albergaban
las alturas para que, así, Luna, tuviera la oportunidad de recuperar su
menguada energía. Ni por un instante dudó en hacerlo, si bien, antes, tuvo la
cortesía de agradecerles el detalle a aquellos chillones pajarillos.
Su intención era proseguir el viaje en cuanto
hubiera calmado su apetito, pero fue tal el sopor que sobrevino a su joven
cuerpecito, fue tan relajante el rumor del agua que brotaba de la tierra junto a
ella, que se quedó dormida al pie de un grupo de árboles trenzados de
enredadera y que ofrecían una excelente pantalla ante los rayos de un sol que
ya había iniciado su descenso.
Todos los presentes velaron por
el sueño de la pequeña; incluido un recién llegado que alcanzaba a ver más allá
de aquella simple escena dibujada por el mundo.
Como reza el dicho rectificar es de sabios, y con ese propósito me adentro un día más en las calles de tu bella ciudad, puesto que he de reconocer que la primera vez que leí el Viaje de Luna no sentí nada, quizá no supe reaccionar a cuanto allí se plasmaba y las sucesivas entregas las pase por alto, sin embargo, hoy, tal vez porque mi ánimo es diferente o tal vez por que me muestro más receptiva no he podido resistirme a leer este nuevo capítulo y las sensaciones han sido completamente diferentes, me he adentrado en tus letras y las he disfrutado, llevándome esas sensaciones a buscar las anteriores y he vuelto a releerlas, esta vez con atención, apreciando cada detalle y adentrándome en ese viaje, del que ya ansío una nueva etapa.
ResponderEliminarUn afectuoso saludo.
buttercup
Me alegro de que se haya despertado tu interés por el desarrollo de esta trama y espero poder continuar aportando elementos que estimulen esa inquietud recién estrenada, buttercup. Te emplazo pues para próximas entregas que, espero, también resulten de tu agrado.
EliminarUn cordial saludo.
Cuanto más leo más ansias tengo por continuar conociendo la increíble historia de Luna!!!
ResponderEliminarConfieso que no puedo evitar sentirme en la piel de Luna recorriendo esos parajes desconocidos y dejando que me embarguen las inocentes emociones que la atrapan a cada paso.
Es sensacional descubrir a través de Tu fantasía un mundo de magia, color, sensaciones y nuevas escenas...
Paciente esperaré otra entrega...
PD. Quería también dejar constancia del trabajo que sé que supone crear una historia tan elaborada y bien hilada, para mantener a tus lectores en vilo y deseosos de más, sin perder la calidad del texto. Mi más sincera enhorabuena mi Señor!
Besos dulces
Ufff, ufff; qué cantidad de elogios. No sé si seré capaz de mantener vivas unas expectativas tan altas, pero, bueno..., lo tendré presente.
EliminarLo que sí puedo asegurar es que no dejarán de aparecer sorpresas y que pocas veces van resultar previsibles los giros que vaya tomando la historia.
Un beso y un azote, mi dulce sierva.
Me uno a los elogios....magistral...pero....de nuevo nos dejas ahi, con la miel en los labios ummm...
ResponderEliminarPero visto lo visto...esperaré paciente que merece la pena la espera!!
Besitos!!
No... si, al final, me vais a sacar los colores, pero no me dejaré influenciar.
EliminarEn cuanto a la intriga a la que recurro para mantener el interés..., mucho me temo que va resultar una constante, por lo que que, trabajar esa paciencia, no voy a decir que resulte imprescindible pero sí aconsejable.
Un cariñoso abrazo "lunadicta".