Dirjha (Redención).
Puede que a más de uno le haya
extrañado el tono crudo y un tanto descarnado que ha estado destilando esta urbe
durante las últimas jornadas. La ciudad disipada es así, nunca me cansaré de
repetirlo, capaz de seducirnos con todo tipo de embelecos y gestos
enternecedores y, sin apenas transición, dejarnos completamente estupefactos
con escenas de lo más escabrosas. Tanto Qarpatia como el resto del territorio
donde se ubica no admiten verse cuestionados, así de sencillo, y, cuando esto
sucede, exigen ver su autoridad satisfecha. Esa es la razón por la que, en la
semana ulterior al aniversario fundacional de esta veleidosa metrópoli, se pone
de manifiesto, con imperativa certidumbre, la inexorable realidad que subyace
tras esta afirmación, pues es el momento de saldar deudas, es la hora del “dirjha”.
Las faltas cometidas durante el
año; si bien se cuantifican, se ponderan y se sentencian con anterioridad;
comienzan a ser objeto de enmienda en estos días. En función a su cuantía y
gravedad, su “reparación” se habrá de
dilatar más o menos en el tiempo, pero es en el trascurso de esta semana cuando
se inicia ese proceso de enmienda que habrá de desembocar, finalmente, en el
tan ansiado perdón. Tanto dominantes como sometidos se ven sujetos a esta
reglamentación y no resulta infrecuente ver cómo, quienes ostentan una posición
de autoridad, pierden su condición por no hacer honor a la misma.
No voy a entrar aquí en
demasiados detalles ya que no persigo desgranar un relato que tenga como fin
recrearse en los padecimientos (en ocasiones muy rigurosos) que se llegan a
infligir al amparo de esta norma. No pretendo hacer apología ni convenceros de
la idoneidad de según qué tipo de medidas cuando incluso a mí; que ya llevo
algún tiempo instalado entre estas gentes y siento cierta simpatía por alguno
de sus planteamientos; me cuesta, en no pocas ocasiones, asimilarlas.
He de apuntar, no obstante, que
siempre se les deja una salida a todos los que no están dispuestos a asumir la
penitencia que se les impone; alternativa que pasa por abandonar, de manera
inmediata y permanente, la jurisdicción de la nación invisible. Se esgrime, en
este sentido, que si bien el acatamiento de sus normas ha de traducirse como un
acto libre y voluntario, la no adhesión a las mismas ha de ser entendida como
un obstáculo insalvable a la hora de formar parte de su ordenamiento. En algunos
casos; cuando la infracción objeto de escarmiento ha excedido determinados
límites; es precisamente ese “destierro”,
ni más ni menos, la sanción que termina siendo impuesta por la autoridad. Y…, si
ya estuviéramos hablando de crímenes de una crueldad manifiesta e
incuestionable (como pudiera ser el caso de un asesinato), el castigo que se
reserva para los que acaban siendo condenados por estas causas consiste en ser
abandonados a su suerte y de por vida en la salvaje y malsana “Insul
Oblita”, también conocida como “la
isla de los destinos tristes”.
Pero ahora, si me lo permitís,
quisiera centrarme en lo que, personalmente, más me ha llamado la atención en
relación al tema que estamos tratando. Mientras me documentaba e iba
recopilando testimonios acerca de esta turbadora y cíclica dinámica, lo que más
me sorprendió fue comprobar cuál era el elemento que; por norma general; más
aflige a quienes se ven en la tesitura de tener que afrontar uno de los amargos
correctivos que se ponen en práctica durante este periodo. No suele ser el
dolor físico lo que más les inquieta, ni, tampoco, la vergüenza de verse muchas
veces públicamente expuestos durante sus actos de penitencia. En lo que casi
todos coinciden es que su mayor pesar viene determinado por el hecho de verse
conducidos, durante este doloroso trance, por los dictados de unas personas que
les son completamente extrañas y con las
que no comparten ningún vínculo. Todos; o casi todos; aceptarían sus
respectivas sanciones con un talante bien distinto si estas les fuesen
administradas por sus propios preceptores. Pero es, precisamente, la
contundente certeza de que esto no va a suceder y, en cambio, la seguridad de
que el “brazo ejecutor” designado a
tal efecto obrará desde el más absoluto desapego (unido a la, con bastante
frecuencia, dilatada espera que antecede a la consumación de su inexorable
destino) lo que más pesa en el ánimo de los “procesados”.
Mas…, una vez cumplido el
lastimoso trámite, una vez reparados todos los prejuicios cometidos, llega la
pertinente y justa exoneración y, con ella, la vuelta a una esperanzada
normalidad donde la confianza se ha de ver restablecida y las faltas del pasado
no podrán ser nuevamente esgrimidas o enjuiciadas.
Ya, para acabar, una breve
aclaración. Todo esto que os he estado exponiendo no se aplica en el conjunto
del territorio qarpadio. La región de Hemenia dispone de una reglamentación
propia en este sentido. Esto es así debido a una diferencia muy sustancial. Pero…,
eso, ya sería un tema para tratar en una nueva crónica.
Reconozco que he venido directamente por el título empleado para encabezar este texto pues sabe que soy amante de las palabras extrañas (incluso me las invento). Esta me sonaba a algo diferente a lo que luego se expone.
ResponderEliminarUna vez consumado el sacrificio en pos del bien, viene la cala y el reconfortar la carne y el espíritu. Ha tratado el tema de una forma tan filosófica que ha resultado filosofal. Elegancia en el texto, corrección en las palabras y mesura en la exposición.
Un gusto leerle, sin duda alguna.
Mis mejores saludos, caballero.
Estamos en aviso, ya sabemos lo que sucede si nuestros actos no son los adecuados, así que mas nos vale ser bueninas y alejarnos de nuestras tentaciones buscandoel camino que nos lleve a disfrutar con el buen hacer, aunque seamos, como en mi caso, trapelles sin remedio...
ResponderEliminarTuya por decisión y deseo.
Besines dulces
A Tus pies