Épicas corrientes.




Se me hace increíble
constatar el punto al que hemos llegado.
Me abruma mirar atrás
y ser realmente consciente
de la distancia recorrida.
No me afecta lo lejos que ha quedado
aquel punto de partida;
no espero, ni quiero, volver;
pero me siento sobrecogido
por el alcance de un viaje que,
sin habérnoslo propuesto,
nos condujo a una aventura
sin excesivas certezas.

Y…, pese a todo,
conseguimos sobrevolar ese océano
de carcasas vacías vestidas de marca,
entidades huecas, si bien,
firmes y determinadas
a no dejar que nada se escape
al afectado y vigoroso influjo
de su perezosa complacencia.

Ascendimos arropados por silencios.
Silencios, sí, necesarios,
neutrales y expeditivos,
como antídoto a esos bucles
donde hipérboles febriles
sustraen mediante artificios
los progresos cosechados.

Y…, a salvo ya de bajezas
e infortunios de diseño,
tomamos tierra de nuevo
exentos de corrupciones,
vestidos con los colores
que habitan sobre las nubes
sin importarnos las miras
que, veladas opiniones,
arrojan sobre nosotros.

Así que el viaje no acaba
y, aunque el fin es definido,
el final no se contempla
como algo prefijado.


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