Identidades en conflicto.




De un tiempo a esta parte, estamos asistiendo a una escalada de tensión mediática protagonizada por un grupo cada vez más visible e influyente de exacerbados moralistas. El problema no es que defiendan su propias ideas y convicciones, lo malo es que pretenden hacerlo demonizando las de otros. De reivindicar una sociedad más justa e igualitaria en el ámbito de género, han pasado a emprender una cruzada contra todo aquello que pudiera sugerir una mínima invitación a la voluptuosidad. Una cosa es luchar con vehemencia contra la explotación sexual (hecho que…, indudablemente, atenta contra la integrada física y la dignidad de las personas; además de constituir un delito en la mayor parte del mundo), pero de ahí se ha pasado a pretender erradicar cualquier muestra de expresión sexualmente explícita (lo cual admito que debería estar mejor regulado, pero no censurado), a arrojar piedras contra cualquier ejemplo de erotismo y, como colofón, a dirigir sus furibundas miradas hacia reseñables obras artísticas (algunas con muchos siglos de antigüedad a sus espaldas) tildándolas de vergonzosas y degradantes.

Conviene recordar que en toda la historia de la humanidad no ha existido un solo régimen tiránico que no hay esgrimido su cerrada defensa de “la libertad” para justificar sus acciones represoras; y sí, siempre han hecho todo lo posible para defender la libertad propia y la de sus acólitos, pero olvidándose, de paso, de la del resto.

Resulta evidente que, cuando nos interesa, no tenemos ningún tipo de inconveniente en dedicar nuestro tiempo y esfuerzo a iniciativas de cualquier tipo. La pena es que esa inversión de recursos vaya dirigida tantas veces a buscarle cinco pies al gato, cuando lo más justo, y éticamente loable, sería poner en valor el respeto hacia los demás desde la tolerancia y apostando por la diversidad. Resulta muy peligroso confiar la validez de cualquier argumento a la mera y simple imposición, ya que, esta, siempre se terminara decantando por aquel bando que pueda ejercer la fuerza bruta en mayor grado.

Muchos ya estáis al corriente de la propuesta de convivencia que se viene aplicando en Qarpadia y a muchos, también, puede que se os antoje un tanto ruda, indecente y hasta, incluso, reprobable. Los que penséis de ese modo estáis en vuestro derecho a hacerlo, pero no olvidéis ni por un momento que, desde aquí, nadie está pretendiendo obligaros a asumir aquello que, de ningún modo, deseáis compartir. La única demanda que se os dirige es que tengáis a bien mostrar hacia los demás esa misma deferencia, para que; lejos de incurrir en otro tipo de perversiones de índole lingüística; cada cual pueda ejercer los derechos que a todos nos asisten, asumiendo, eso sí, las consecuencias que se deriven de aquellas decisiones que, finalmente, se tomen.

Por lo tanto, desde este espacio, continuaré haciéndome eco de todos esos usos qarpadios que…, ya sabéis también, cuentan con unas señas de identidad bien claras y definidas.





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