Suma.




Bajo todo ese volátil y convulso estado de cosas al que el mundo parece estar abocado; de un tiempo a esta parte; subyace un exacerbado elogio a la diferenciación que nos impide ver las necesidades y virtudes de quien tenemos en frente. No seré yo quien venga a afirmar que no está bien hacer gala de un moderado orgullo identitario de vez en cuando; ni tan siquiera me siento movido a renegar de ciertas tesis contenidas en los principios individualistas (en concreto, aquellas que se refieren a la capacidad que cada cual tenemos de valernos por nosotros mismos); pero no comulgo para nada con esa creciente obsesión por sobresalir del resto incidiendo de manera continuada en los defectos ajenos -sean estos reales o impostados- en lugar de intentar hacerlo por méritos propios.

Esa suerte de inercia por desprestigiar al prójimo va conformando un panorama cada vez más desolador del que se nutren determinados grupos que; de manera tan poco elegante; aspiran a convertirse en hegemónicos. Se olvidan que, de lograr su objetivo -algo difícilmente sostenible a largo plazo- estarán sentando las bases de su propia escisión, pues; así como la herrumbre no se limita a atacar el metal en un único punto, sino que se expande por toda su superficie hasta que, finalmente, si no se le pone remedio, la desintegra por completo; del mismo modo verán ellos esfumarse las endebles alianzas que emanan de una precaria integridad y una superioridad ficticia.




En Qarpadia; donde buena parte de sus pobladores somos originarios de otros lugares; se viene aplicando desde antaño una dinámica bien distinta. Aquí, como no podría ser de otro modo, existen claras diferencia entre individuos (en algunos aspectos, más que en ningún otro sitio) pero no son estas las que determinan las decisiones que han de tomarse ni vienen a condicionar el interés general. Es el peso del conjunto lo que prevalece en la ecuación y el foco siempre está puesto en las concordancias en lugar de en las divergencias. Siempre se pueden encontrar puntos en común sobre los que trabajar y, mientras estos no se agoten (caso que, hasta donde alcanzo a saber, jamás se ha presentado) no se invierte ni un segundo en debatir -fuera de contexto- sobre las desventajas que cualquier sujeto podría manifestar estar padeciendo en relación a los otros. Estamos ante un sistema cooperativo (que no igualitario) donde, aquí sí, cada cual proporciona unas cualidades propias y bien diferenciadas.




Soy consciente de que me he tirado un poco el rollo y que, tal vez, mi exposición haya resultado un poco farragosa, pero seguro que lo entenderéis mejor con la ayuda de esta fábula que; si bien no es originaria de Qarpadia, se suele emplear con relativa frecuencia para ejemplificar esto que, de manera bastante torpe, he tratado de explicaros:



LA ASAMBLEA.
(Fábula del carpintero)


Cuentan que, hace algún tiempo, en una carpintería se celebró una extraña asamblea; fue una reunión entre todas las herramientas para arreglar sus diferencias.

El martillo ejercía la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar ¿la causa? ¡Hacía demasiado ruido! y además, se pasaba el tiempo golpeando. El martillo aceptó su culpa, pero pedía que también fuera expulsado el tornillo, dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.

Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pedía la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera  en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.

 Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que también fuera expulsado el metro que siempre estaba evaluando a los demás en función a su propio criterio, como si fuera el único perfecto.

En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo, hasta que, finalmente, la tosca madera se trasformó en un mueble de excelente factura.

Cuando las herramientas se quedaron a solas nuevamente, la asamblea reanudo la deliberación.
Fue entonces cuando el serrucho tomó la palabra y expuso lo siguiente:

"Señores, ha quedado demostrado que todos tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras virtudes. Eso es lo que nos hace valiosos, así que no incidamos más en nuestras deficiencias y concentrémonos en la utilidad que se obtiene de nuestras cualidades".

La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba firmeza, la lija era especial  para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.

Lo mismo sucede con las personas. Cuando, ante un nuevo desafío, todos los que se ven implicados se paran a buscar los defectos de los demás, la situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, cuando se reconocen honestamente los puntos fuertes que aporta cada uno, es cuando florecen los mejores logros humanos.

Es fácil encontrar defectos, cualquiera puede hacerlo, pero encontrar cualidades, eso requiere cultivar lo mejor de nuestros espíritus a través del esfuerzo cotidiano.




Sumar…, en suma.

Comentarios

  1. Fantástica lección de vida la que nos ha dejado aquí esta noche.
    Mucho para pensar. Todos tenemos defectos...aunque siempre serviremos para crear alguna maravilla...

    Una preciosa fábula que no conocía. Muchísima gracias.

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  2. Una reflexión con muchos matices y mucho para aplicarse de ello.
    Mis mejores saludos.

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