Quid pro quo



“Quid pro quo…, Clarice”.

Seguro que a más de uno, eso es lo que le habrá venido a la mente al leer el título de este post (y supongo que la foto que escogido para ilustrarlo también ha ayudado un poco). De hecho, no ha sido el azar el culpable de que me vaya a apoyar en esta analogía para divagar un poco sobre mis propias inquietudes.

Las conversaciones mantenidas por el Doctor Aníbal Lecter y la prometedora, aunque interina y todavía inexperta, inspectora Clarice Starling en los sótanos del Hospital de Baltimore son ya todo un icono del cine. Pero, de esas escenas, puede extraerse más de una lectura.

La frase en sí: “Quid pro quo” (que vendría a significar: “Algo a cambio de algo”) tiene un enorme simbolismo dentro de cualquier ámbito de tipo personal y, bajo mi punto de vista, si nos ceñimos a las relaciones D/s, todavía más.

En más de una ocasión, me he topado con personas (tanto de un rol como del otro) que dicen tener muy claro lo que quieren pero, o no quieren expresarlo a las claras o, sencillamente, no saben como hacerlo. A mí me resulta muy difícil llegar a comprender como se espera crear un lazo sólido entre dominante y sometido cuando una o ambas partes se empeñan en esconder sus cartas. Mal se empieza cuando de inicio se busca dar una imagen o impresión distinta a la real. Otra cosa es cuando esto mismo sucede de forma…, digamos…, accidental, ya sea por una comprensible timidez inicial o cualquier otra causa con un origen razonable.

No obstante, desde un primer momento se tiene que cumplir la máxima que encabeza esta entrada. Se puede ser dominante o sumiso, pero nunca pasivo (en el sentido más amplio de la palabra). Ambas partes están, creo yo, obligadas a aportar su propia esencia, su modo de ver, entender y sentir para que se pueda establecer una confianza sobre la que pueda sustentarse todo lo demás. Cuando esto no se produce: apaga y vámonos. Eso de que: “el que calla otorga”  tiende a resultar bastante relativo. Lo que es seguro es que el que lo hace “calla” y, por lo tanto, “oculta”.

Esto que parece tan lógico, tan evidente, tiende a no ser tenido en cuenta con demasiada frecuencia y, las consecuencias…, bueno, seguro que no hace falta que las exponga aquí.

Volviendo a los diálogos de nuestra estimada heroína y su malvado contrapunto, hay otro aspecto de la actitud que ambos destilan cada vez que se encuentran que no deja de tener ciertas connotaciones que no deben ser pasadas por alto.

Al margen del los términos un tanto bruscos y malsonantes que, en ocasiones, emplea el Doctor, entre él y Clarice se establece una especie de relación “maestro-aprendiz”  en la que uno aporta sus oscuros y velados conocimientos y la otra los recibe y emplea en función a su utilidad más inmediata. Pero este intercambio de ideas (que al final parece que trascienden a un plano superior) no se realiza de un modo convencional ni gratuito. El Doctor Lecter se muestra decidido a cobrar el peaje por traspasar los límites de lo normalmente establecido y es ahí donde la agente Starling tiene que despojarse de la, hasta ese momento, impenetrable coraza con la que protegía su intimidad. Se ve obligada a desnudarse (en sentido figurado, claro está) ante su Némesis, sabiendo que, el hacerlo, no solo implica una concesión si no, también, un riesgo.

No parece que, en principio, este hecho tenga por qué ir aparejado a ninguna conducta sumisa, pero sí que implica una renuncia que se traduce en un cierto grado de confianza. Sin él no sería posible prescindir de la seguridad que todos necesitamos a la hora de tomar nuestras propias decisiones.

Esa es, precisamente, la óptica desde la que yo contemplo el sometimiento. Existen infinidad de formas para llegar a él (tantas como personas), pero es en ese hecho donde, para mí, reside la verdadera esencia de la sumisión. Luego, cada cual, puede ir añadiendo o descartando las prácticas, elementos o situaciones que estime más acordes a sus propósitos, pero, “siempre”, teniendo en cuenta que hay que estar dispuesto a ofrecer algo a cambio.

Quid pro quo…

Comentarios

  1. Seguramente es cierto, y deba ser así, pero....yo no me lo planteo así...no creo que se trate de dar algo a cambio de....creo que se trata de ser uno mismo, de desear esa entrega ya sea quien la da o quien la recibe, y por eso, se crea el vínculo en el que los dos, al final quien ata es en cierto modo atado a suvez, se entregan, cada uno desde su posición, que evidentemente son diferentes.

    Esto se hace de manera instintiva, si hay confianza y se crea el vínculo es natural...si se fuerza, si no es real y de da para encontrar algo a cambio...fallo asegurado....Hay que dejar fluir y el quid Pro Quo sale natural...

    Uf ya me estoy enrollando, perdona....

    Un abrazo

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares