De mentores y mentados.
Sé que existen muchas formas de
entender la D/s y que, entre aquellos que la practicamos, tendemos a establecer
una escala de valores diferenciada. Cada miembro de nuestra comunidad se
convierte, pues, en el garante de una visión única por mucho que esta se
sustente en unas bases comunes. Siempre me ha gustado creer que; partiendo de
esas bases; todos tenemos cabida dentro del marco bdsm. Es por ese motivo que,
en esta ocasión, quisiera compartir con todos vosotros algo de mi propia visión
personal, sin pretender; lo digo ya por delante; imponer la validez, idoneidad
o conveniencia de mi criterio sobre el de los demás.
Nunca he ocultado que mis
inquietudes dentro de este ámbito no son demasiado ortodoxas y soy muy
consciente de que mi punto de vista no siempre es compartido. Por esa razón; y
por otras bastante más retorcidas; no me siento incómodo al saberme criticado.
Es más. Considero la crítica; siempre que resulte versada y constructiva; un
elemento indispensable para nuestro crecimiento como personas, y, precisamente,
ahí es donde reside el concepto sobre el bdsm que yo trato de desarrollar.
Muchas personas consideran que
las relaciones D/s se reducen a una constante lucha de poder: “El dominante busca castigar, el sometido
busca ser castigado y se enfrentan entre sí para dotar de una justificación
emocional a sus anhelos físicos”. No pondré en tela de juicio la validez de
este argumento pues son muchos los que defienden su vigencia y la llevan a la
práctica; pero lo que no puedo (ni quiero) es esconder que no me siento para
nada predispuesto a formar parte de una relación que pudiera describirse en
esos términos.
Ya apunté hace algún tiempo que
no creo que pueda establecerse un vínculo de las características que aquí
suelen tratarse dentro de un plano de igualdad. En aquella ocasión, si no
recuerdo mal, ya di algunas pistas del porqué de mi postura, pero hoy, si me lo
permitís, me gustaría arrojar algo más de luz a este respecto. Imaginaros a un
docente y a un estudiante. ¿Quién enseña a quién? Ya, ya. Sé que alguno ya
estará pensando: “Todos, por mucho que
sepan, pueden aprender algo de los demás”; lo cual es muy cierto, pero
dejemos eso para un poco más adelante y vayamos paso a paso. Volvamos a la
pregunta: “¿Quién enseña a quién?”
Lógicamente, la respuesta más razonable sería decir que: “El docente al estudiante”. Si fuera al contrario no tendría
demasiado sentido que el segundo acudiera a un centro de estudios a no ser que
lo hiciera para instruir al primero y…, en ese caso, el estudiante pasaría a ser
el profesor y el profesor su alumno. Las cosa quedarían entonces como al
principio: misma situación, mismos roles (aunque estos hubieran mudado de
sujeto).
¿Qué he querido decir con todo este
galimatías? En realidad, lo que pretendía era formular una nueva pregunta: ¿Qué
es lo que viene a determinar el rol que ocupa cada uno de los individuos del
ejemplo anterior? Estaréis de acuerdo conmigo en que, en ese caso tan concreto,
los aspectos más determinantes serían el conocimiento y la experiencia. Pues
bien. Os he estado exponiendo todo esto porque, para mí, la D/s viene a ser
algo bastante similar. Lógicamente, como para casi cualquier otra cosa, tendría
que existir una cierta vocación previa, uno de esos impulsos iniciales que nos
lleva a adentrarnos por un camino determinado. Pero, independientemente de cual
termine siendo nuestra elección, tened por seguro que aquello a lo que
aspiremos solo será obtenido a base de trabajo y constancia. Habrá quienes
puedan contar con la ventaja que otorgan algunas capacidades innatas y otros
que tendrán que partir, prácticamente, de cero; quienes cuenten con una amplia
ayuda por parte de terceros y a quienes se lo pongan muy, pero que muy difícil;
incluso, a veces, también la suerte dejará su tarjeta de visita, ya sea en un
sentido u otro.
Lo que vengo a decir con todo
esto es que en el vínculo que se forma entre dominantes y sometidos se
establece una dinámica similar, donde uno marca las pautas de aprendizaje y
otro las va recogiendo y desarrollando. No nos perdamos aquí con las formas y
los tiempos (tiene también su importancia y dan pie a un amplio debate, pero no
pretendo tratarlos aquí para no alargarme en demasía); como suele decirse: “cada maestrillo tiene su librillo”, y,
tal vez, lo más importante sobre este punto sea que los conocimientos que se
impartan a través de la D/s resulten productivos (y, a ser posible, aplicables
a otras facetas de nuestro entorno). Con esto no pretendo afirmar que resulte
sencillo transmitirle a alguien unas experiencias que le son ajenas. Pocas cosas
pueden revelarse tan ingratas como el ejercicio de la docencia, a cualquier nivel
y en cualquiera de sus variables. Se hace necesario contar con la capacidad de saber
llegar a los demás y, por suerte o por desgracia, no todas las personas
reaccionamos de igual manera ante los mismos estímulos. Es ahí donde cualquier
mentor se juega su prestigio, pues de poco sirve que una persona pueda presumir
de estar ampliamente versada si, después, no logra establecer una conexión con
aquellos que deseen ser sus pupilos. Con respecto a eso, un dominante nunca
deja de aprender, pues, aún teniendo muy claro a donde quiere llegar, no
siempre todos los caminos resultan adecuados.
Del otro lado también se
presentan dificultades a la hora de afrontar esta cuestión. Si preguntásemos: “¿Qué resulta más necesario en el momento de
instruirse sobre una determinada cuestión?”, muchos contestarían: “Tener ganas de aprender”, cuando lo más
importante es: “Dejarse enseñar”. Muchas
veces nos encontramos con que un excesivo ímpetu puede dar al traste con la
mejor de las voluntades. Esa coletilla tan típica a la que recurren con
frecuencia los niños: “¿Queda mucho aún? ¿Cuánto
falta?”, suele darse también (convenientemente enmascarada) en muchos
adultos. Pero, por más que se intente disimular, de poco va servir para acortar
tiempos y, en cambio, si que pondrá en evidencia a esa insufrible impaciencia
que nos distrae del verdadero objetivo y de los pasos que deben seguirse para
alcanzarlo.
Podría extenderme mucho más;
poner más ejemplos y todo eso; pero, entonces, correría el riesgo de caer en la
redundancia y, eso, tampoco es que resulte demasiado acertado ya que suele
abocar al tedio y contribuye a perder el hilo de los temas que se tratan. Además,
cuento con vosotros para poder identificar aquellos flecos que; a buen seguro; habré
dejando sin rematar.
Un saludo a todos.
Para mi, ya no hay duda, aunque no hay merito ninguno por mi parte, porque todo se debe a Tu capacidad para enseñarme, para hacerme ver que todo cuanto tratabas de mostrarme era por mi bien, y de ese modo, cuando vas viendo que las lecciones son claras enseñanzas de vida, cuando todos los aspectos mejoran sustancialmente, es fácil empezar a confiar, dejarse enseñar y agradecer aquello que te aporta tu mentor...
ResponderEliminarCierto que es un arduo trabajo el del maestro. Yo te he visto padecer mucho conmigo, tener que buscar como y cuando para hacer posible mi avance y no tengo duda que a día de hoy sigues con el mismo (o mas) empeño en hacer de mi una buena sumisa para Ti, pues lo aprecio en cada uno de Tus gestos.
Nada tengo que aportar a Tus palabras, tan solo dar fe de que así lo vivo y así deseo que siga siendo, pues aprender de Ti, aunque no me resulte sencillo las mas de las veces, es un placer que me aporta la felicidad que ahora siento.
Aprovecho para pedirte disculpas por todo la incomprensión que he mostrado y por el sufrimiento causado en Ti durante este tiempo como Tu aprendiz y agradecerte la paciencia y la dedicación que tienes en la gran oportunidad de aprender a servirte.
Dejarte ademas dulces besos y los mejores cuidados...
A Tus pies
Todo entra dentro ese esfuerzo conjunto que se hace necesario para alcanzar aquellas metas que solo se pueden obtener mediante el trabajo en equipo. Las dificultades surgen, como en todo, pero no pueden servir de excusa para caer en el desánimo ni para rendirse a las primeras de cambio. Sin riesgo y sin esfuerzo no suele haber recompensa, mas, cuando esta llega, siempre se disfruta más cuando ha entrañado alguna dificultad.
EliminarUn beso y un azote, mi dulce sierva.