Sencillo y natural.



Vivir a caballo entre dos mundos ofrece muchas ventajas, pero también algún que otro inconveniente. Entre estos últimos figura el hecho de que se tiende a relativizar sobre muchas cosas, lo cual hace bastante difícil comulgar con los juicios absolutos que se promulgan desde aquellos colectivos que más peso parecen tener dependiendo del momento. Cuando todo parece reducirse a decidir entre lo blanco o lo negro, cuando se cede a la comodidad de simplificar hasta el absurdo (muchas veces de un modo grotesco y hasta contraproducente) algunas cuestiones de hondo calado, se termina llegando a esa solución tan básica y socorrida del “conmigo o contra mí”.

¡¡Ojo!! No pretendo censurar a todos los que aspiran a desarrollar una existencia que cuente con el menor número de complicaciones posibles, ni tampoco busco desterrar el legitimo, y muy necesario, derecho a la indignación y al pataleo cuando nos sentimos tratados injustamente.  Únicamente deseo dejar expuesto que, para eso, también se debería de obrar con algo de mesura teniendo en cuenta, además, ciertos límites.

Siempre que regreso a mi tierra natal tras haber pasado una larga temporada en Qarpadia, tiendo a sentirme un poco desubicado. Los acontecimientos cotidianos siguen cursos bien distintos en uno y otro lugar y, a veces, me cuesta bastante readaptar mi enfoque a la actualidad imperante en el lugar al que llego. Siendo tantos los problemas que aquejan al mundo, tantas las disyuntivas que requieren de un esfuerzo urgente e importante, me causa cierta incredulidad ver como se dedica una ingente cantidad de tiempo a debatir sobre temáticas de orden más formal que de fondo y sobre las que, en mi patria de adopción, no se pierde ni un minuto.


Entre ellas, veo con cierta inquietud como se va expandiendo el ideario de un feminismo ultraortodoxo, bien surtido de consignas aunque algo falto de compromisos, y lo veo con preocupación no por mi condición de varón; mis convicciones hace tiempo que están claras y no creo que vayan a variar significativamente por lo que, con independencia de su género, opinen los demás. Mi creciente congoja en relación a este tema se asienta más en la incipiente censura  -de cierto tufillo inquisitorial, debo añadir- que se está empezando a ejercer desde las mujeres hacia las propias mujeres. Como decía al principio, la excesiva simplificación no da pie a particularidades de ningún tipo y, por ende; cuando hablamos de posicionamientos colectivos; el individuo no es nada si no forma parte de un grupo. Ahora bien. Para serlo ha de adherirse incondicionalmente a los postulados que emana de la comunidad, pues, de lo contario, pasa a convertirse en su enemigo, ¡¡el peor enemigo!!

Hasta aquí, podría decirse que…, con algunas reservas, el planteamiento no carece de cierta lógica. Ahora bien. Enseguida emerge un pretendido interés por inmiscuirse en la forma en que cada cual desarrolla sus inquietudes íntimas y, sinceramente, no veo en qué modo esto puede ayudar a salvaguardar la libertad de nadie. Bien al contrario, yo soy más de pensar (y aquí voy a realizar yo también un ejercicio de simplificación) que al condicionarla la restringe. Poner en tela de juicio el valor como persona de una mujer por el tipo de prácticas de orden amatorio que gusta llevar a término no resulta de recibo en ningún caso, pero que ese tipo de amonestaciones provengan de sus propias compañeras, compañeras que en modo alguno piensan renunciar a su propio derecho a decidir…, bueno, aquí ya no estaríamos simplificando,  aquí, más bien, se estaría ya retorciendo.


Al aproximarse a este asunto desde la óptica qarpadia, donde la diversidad de planteamientos de naturaleza sexual está a la orden del día y no se pone en discusión si uno resulta más idóneo que otro, causa cierta extrañeza ver como se pretende establecer un acotamiento tan restrictivo para, supuestamente, garantizar la libertad sexual de las mujeres. No es posible aplicar en el resto del planeta el modelo que se sigue en el seno de la “nación invisible”  -entre otras cosas porque se sustenta sobre una estructura social que se rige por un ordenamiento sin encaje con el resto de naciones-, pero sí que es posible, y relativamente fácil de entender, que, sin buscar nunca coartar la libertad de los demás, ante un mismo dilema, puede llegar a ofrecerse más de una alternativa y, cada una de ellas, perfectamente asumibles e igualmente lícitas. Para evitar los equívocos basta con enfrentarse a la cuestión con claridad, de forma natural y sin intenciones ocultas, sin olvidar nunca, eso sí, que cualquiera de las decisiones que tomemos siempre va a entrañarnos algún tipo de riesgo.

Comentarios

  1. La educación recibida tiene mucho que ver en este tema sobre la crítica entre las propias féminas... la mujer nace con una losa sobre la cabeza.
    Muy buena entrada.

    Mil besitos.

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