Lánguida tarde de otoño.




- ¿Me acompañas? – dijo con aire de estar tramando algo.

- ¿A dónde? – inquirí expectante.

-  Al bosque.

- ¿Y eso? ¿No te parece que esta tarde se presenta un tanto gélida?

- Al contrario. A mí me parece ideal para perderse un rato en la espesura.

Accedí; más que por ganas; por curiosidad. Sabía que ella era de barajar varios motivos cuando decidía emprender alguna iniciativa.

Después de un largo paseo por entre la arboleda tapizada de hojas secas, acompañados en todo momento por una fina y persistente llovizna, regresamos al coche para volver a casa mientras el ocaso principiaba a anunciarse. Por mucho que aquel escenario se estuviera oscureciendo a ojos vista, ella no daba demasiadas muestras de querer irse. Arrebujada en el asiento del conductor, sacó la cabeza por la ventanilla y aspiró con fuerza aquel aire impregnado con el olor de la vegetación y la tierra mojada.

-  ¿Te sigue pareciendo que hace frío? – preguntó pasado un rato.

-  La verdad es que sí. Diría, incluso, que más que cuando salimos. – respondí sin el menor atisbo de fingimiento.

- En ese caso… conozco formas de entrar en calor.


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