Sentidos compuestos.
Como ya dejaba entrever hace unas
semanas, no me gusta basar mi opinión en engañosas simplificaciones. Las
personas somos complejas por naturaleza; ese ha sido, precisamente, el motor
que -para bien o para mal- nos ha llevado a destacar sobre el resto de las
especies. No se trata de algo que podamos ignorar alegremente sin sufrir las
consecuencias y, por esa misma razón, conviene obrar con cierta prudencia
cuando nos sentimos inclinados a examinar -fijaos que no empleo el término “juzgar”- determinados aspectos de las
relaciones humanas.
No tengo muy claro quien fue -seguramente algún personaje conocido o relevante-
el que en cierta ocasión dijo algo así como: “nadie es enteramente bueno, ni, tampoco, enteramente malo”. Las
personas no sólo manifestamos diferencias en relación a nuestros semejantes,
también lo hacemos en lo que respecta a nosotros mismos, siendo para los demás
una constante fuente de contradicciones e incongruencias. No somos uniformes.
Dependiendo del momento, las circunstancias e infinidad de otros factores más o
menos comprensibles, revelamos las aristas que conforman nuestro carácter.
Somos un recipiente que alberga; en distinta medida; luces y sombras. Pero…,
acostumbrados como estamos a regirnos por determinados patrones -que, en gran medida, se organizan como un
ejemplo más de nuestros torpes intentos por combatir nuestras propias
inseguridades individuales- en no pocas ocasiones, nos sentimos relegados,
asaltados por un opresivo sentimiento de desfase en relación al orden
constituido. Olvidamos la manifiesta imposibilidad de alcanzar esa utópica
homogeneización universal que se nos trata de inculcar en muchos aspectos y,
debido a ello, nos sentimos desplazados y culpables.
Por mi parte, siempre he sido un
firme defensor de la observancia de un número razonable de (por llamarlos de
algún modo) condicionamientos “básicos”. Aunque, por otro lado, convendría no caer en
una excesiva rigidez que, a la postre, sólo conduce a la pérdida de nuestra
esencia personal, de esos rasgos diferenciadores que pueden convertirse en
fuente de inspiración para otros y, en definitiva, de esa simiente que deviene
en impulso evolutivo. Aplicando estas premisas cometeremos fallos; sin duda;
pero hasta que no se produzca un salto genético que modifique sustancialmente
nuestras características como especie, nuestra forma de aprender ha sido, y
será, siempre la misma: “prueba y error”.
Ahora bien. A día de hoy, lo que
sí podríamos ir haciendo es ir desterrando la contraproducente tolerancia que
manifestamos hacia todos los que exhiben esa extraña capacidad de cometer el
mismo error de manera recurrente.
Hace muchos años que he llegado a la conclusión que somos como prismas... muchas "caras" en un sólo ser. Cada persona con la que nos relacionamos puede conocer una o más, eso dependerá de ambos, del tipo de relación... algunos pocos -tal vez... quizás- las conocerán todas. Y no hablo de "ocultar", o de falsedad e hipocresía; simplemente que no somos iguales con todos. Lo que sí no creo que cambie es la esencia de una persona... y la única regla que no se debería olvidar sería "actúa como te gustaría actuaran contigo."
ResponderEliminarComo siempre, un placer reflexionar en compañía de tus letras. :)