Abismos de andar por casa.

 


¿A vosotros no os da la impresión de que cada vez son más los que se suben al carro de ir dando pena a todas horas para que..., así, su discurso alcance rápidamente un alto grado de notoriedad?

No me malinterpretéis. No voy a poner en cuestión el ingente número de desgracias e infortunios que...; muchas veces, de manera totalmente arbitraria; sacuden nuestra delicada existencia. Pero, por otro lado, no me negaréis que..., en la mayoría de los casos, los que peor lo están pasando en sus vidas suelen ser, curiosamente, los que menos se quejan.

Por otra parte, aquellos cuyas necesidades básicas están más que cubiertas y cuentan, además, con una razonable estabilidad tanto en el plano físico como en el emocional... ¿merecen realmente hacerse acreedores de nuestra lastima o monopolizar de manera constante la atención general sobre ellos mismos?

Muchos de esos individuos; que, por voluntad propia, han tenido a bien convertirse en una de las más claras e incuestionables personificaciones de los problemas del primer mundo; fundamentan su miseras en su propia inacción y basan su estrategia en que sean los demás quienes, en un acto de piedad mal entendida, les proporcionen de manera gratuita lo que ellos mismos serían capaces de obtener sin demasiados esfuerzos.

Os aseguro que en nuestra ciudad estos advenedizos personajes lo tendrían bastante complicado a la hora de poner en práctica su particular filosofía de vida. La solidaridad para con los demás empieza en uno mismo y empieza, precisamente, no demandando ayuda cuando no es necesario, no esperando que sean los otros los que vengan a construirnos un puente en el únicamente nosotros estamos interesados.

Es más. En aquellos casos en los que la fatalidad se presenta realmente, y cualquier acto de respaldo y consideración cuenta con una validez más que justificada; mitad como estímulo, mitad como consuelo; se suelen traer a colación las palabras de aquel poeta al que muchos confunden con otro:


Queda prohibido llorar sin aprender,

levantarte un día sin saber qué hacer,

tener miedo a tus recuerdos.


Queda prohibido no sonreír a los problemas,

a no luchar por lo que quieres,

abandonarlo todo por miedo,

no convertir en realidad tus sueños...

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