Idólatras.

 


No se trata de las creencias que se detentan a nivel místico o trascendente. En un plano mucho más prosaico, seguramente todos albergamos pretensiones algo más mundanas. Algunas de ellas, las más inconfesables, las ocultamos para no ser puestos bajo el foco de una tiránica y..., en ocasiones, retorcida moralidad. Muchas veces, en determinados ámbitos, resulta bastante más sencillo ponerse de perfil y no dar demasiadas pistas sobre aquello que nos motiva y nos invita a desprendernos del pesado manto de formalismos que nos vemos obligados a portar de manera recurrente.

En nuestra ciudad, en cambio, no es preciso conducirse con tanta cautela. Todos son plenamente libres para expresar, sin tapujos ni recelos, cuál es la dinámica que define sus preferencias sin temor a ser juzgados. Esto no implica dar por sentada en el resto la misma predisposición; ni mucho menos tratar de imponerla mediante la coacción o el subterfugio. Lo que se busca, en definitiva, es poder alentar la honestidad general que..., aunque en ocasiones puede llegar a resultar incómoda, siempre será mucho mejor que tener que bregar con una falsedad interesada y vivir instalados en una sospecha perenne.

Mientras no se nos oblige a comulgar con los preceptos ajenos, el mero hecho de que algo se nos antoje vergonzoso no es motivo suficiente como para proscribirlo de facto. Dejemos que cada cual se encomiende a la causa que más le convenga sin necesidad de entrar en demasiados detalles.

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