Auras mínimas.

 


Nada es grande; aunque que de lejos pueda parecerlo; si no está formado por un buen número de cosas más pequeñas. Da lo mismo si estamos hablando de objetos, personas, ciudades (como podría ser el caso) o..., incluso, entidades de una dimisión extraordinaria. Nada puede escapar al poderoso y simbiótico influjo de su propia complejidad intrínseca.

La imagen que nos llega de todo ello no es más que la punta del iceberg, un mero anuncio de todo cuanto subyace bajó la superficie. El hecho de tratar de descifrar toda esa amalgama de pequeños detalles apiñados dentro de un único elemento hace que se nos antoje como una tarea tremendamente compleja y confusa.

Pero siempre existe un orden dentro de todo ese caos aparente, una identidad definitoria que es la razón de ser de su propia existencia y..., el único modo de desentrañar sus enigmas, la única forma de ajustar el enfoque sobre el velado objeto de nuestras pesquisas, es alcanzar a comprender; sin el menor género de dudas; la génesis que lo mueve.

Adentrarse por las calles de este peculiar emplazamiento requiere, entre otras cosas, contar con una desarrollada habilidad en ese sentido.

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