Consideraciones vespertinas.

 


Imbuidos de un dinamismo exacerbado, a menudo nos olvidamos de atender las señales de nuestro entorno. Obnubilados por la necesidad de ser, descuidamos la paz que es capaz de reportarnos el mero hecho de estar.

Contamos con una infinita variedad de deleites gratuitos a nuestra disposición y, la mayor parte del tiempo, tendemos a ignorarlos en un presuntuoso alarde de autosuficiencia.

En el curso de nuestro paso por el mundo, viene a manifestarse, con ligeros y sutiles matices, una sucesión de eventos cotidianos dignos de ser admirados. Día tras día, estación tras estación, año tras año, se duplican sin repetirse, dejando constancia del inagotable surtido de visos con los que cuenta su paleta.

No somos ni tan importantes, ni tan fuertes, ni tan perspicaces cómo tendemos a creer y, tal vez, por ese motivo, nos cueste tanto reconocer y venerar la majestuosidad que emana de todo cuanto escapa a nuestro control.

Es por eso que; aunque sea brevemente: os invito a desviar el foco de atención de los asuntos que se desarrollan en nuestra ciudad y, a ser posible, aprovechéis para disfrutar, sin superfluas distracciones, de la energía primigenia que nos envuelve.




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