Fogonazos de reserva.
Seguramente, después afuera,
no se aprecie un detalle
que, en realidad, es evidente.
A veces, donde se intuye
un abrigado refugio
de sosegada influencia,
no se yerra en el estado,
pero se ignora el motivo.
La pulcra calma responde
al prudente cometido
de no alterar en exceso
el volátil combustible
que se almacena en secreto.
Basta una chispa
y todo detona
en un fulgor repentino.
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