Hace falta valor.
Creo que no estaría yendo
demasiado desencaminado si me atreviera a afirmar que no existe ningún lugar en
el mundo que no cuente, independientemente del motivo, con algún tipo de “enclave” emblemático. El origen y la
esencia de esos “puntos de referencia”
resultan, sin duda, muy diversos, así como su alcance, importancia e influjo.
Aprovechando que durante todo
este año se está celebrando el doscientos cincuenta aniversario de su
inauguración, me gustaría dedicar algo de tiempo a describiros uno de esos lugares.
En concreto, este al que pretendo referirme, es ya toda una institución dentro
de los lindes qarpadios, e incluso; si me apuráis; en determinados círculos que
trascienden su fronteras. Se trata de un local (aunque aplicarle dicho término
sería quedarse bastante cortos y…, tal vez, lo más adecuado sería referirse a
él como una suerte de “complejo de
entretenimiento”) al que, en su momento, se le otorgo el nombre de “Taimus”
(algo así como: “exquisito”).
El Taimus fue, en origen, un
espacioso y elegante pabellón de recreo que formaba parte de un proyecto
constructivo mucho más amplio conocido como la “Aphiqa” (literalmente: “la hacienda”). A mediados del siglo
XVIII, se propuso construir al sur de los límites de la antigua Qarpatia un
recinto donde poder realizar aquellas “actividades
de placer” tan del gusto de sus pobladores y el lugar escogido a tal efecto
fue una zona; por aquel entonces, semi-pantanosa; situada en el curso bajo del
río Návalon.
Fue el 21 de junio de 1766 cuando se tiene constancia de su uso por vez primera
durante un baile de máscaras que congregó a un nutrido grupo de asistentes y
que; si hemos de hacer caso a las crónicas; hubo de resultar bastante “subido de tono” de intentar
contextualizarlo bajo el prisma mayoritariamente imperante a nivel global..
Durante sus primeros años de
actividad, no puede decirse que aquel emplazamiento hubiera de ser considerado
como un constante foco de eventos o celebraciones más o menos bulliciosas.
Tampoco es que su ámbito de influencia fuera mucho más allá del entorno
geográfico próximo a la península mídiqa. Pero, hacia 1785,
comenzamos a tener noticias de una mayor afluencia de visitantes; motivada, en
parte, por el aumento de la oferta que brindaba y la mejora y ampliación de
algunas de sus instalaciones. Aquel complejo pasó a convertirse en lugar de
residencia temporal para muchos de los que, en Qarpadia, buscaban un cambio de
aires; atraídos, sin duda, no sólo por el ambiente festivo y un tanto “disipado” que proporcionaba, sino,
también, por la amplia dotación y excelencia de los servicios que prestaba
(desde una heterogénea oferta gastronómica; pasando por tratamientos termales y
de reposo, actividades deportivas, una nutrida amalgama de propuestas de índole
cultural y… así, hasta completar un vasto catálogo de “mecanismos” de descanso y/o esparcimiento.
Tan elevada fue la demanda que
generaron dichas “prestaciones” que
se hizo necesario ampliar nuevamente las infraestructuras destinadas al
alojamiento de los huéspedes, así como aquellas otras en las que se aposentaba
el personal de servicio con el que se hacía necesario contar de manera
permanente (más de 500 personas hacia 1811 y casi el doble hacia 1834).
Ese éxito, en apariencia
incontestable, supuso el inicio de un progresivo declive para aquel espacio que
ya había adquirido unas dimensiones más que considerables. A su alrededor se
había hecho necesario erigir toda una seré de edificios auxiliares (talleres,
almacenes, etc...) con el fin de poder mantener abastecido y en perfecto estado
todo el complejo. Por otra parte, el “efecto
llamada” que había suscitado la amplia actividad que se desarrollaba en
aquel entorno, trajo consigo un aumento cada vez más visible de residencias
particulares en aquella misma zona, lo que…; si bien contribuyó a una mejora
sustancial de la red viaria y de
comunicaciones en general; supuso, a un tiempo, la pérdida de aquel relativo
aislamiento que era posible disfrutar en el espacio original y que constituía
uno de los mayores atractivos para sus visitantes. A punto de concluir el siglo
XIX, en la Aphiqa; ya un tanto deteriorada por aquel entonces; apenas se
desarrollaba alguna que otra actividad “residual”.
Pero…, en ese preciso instante, vino a suceder algo que trasformaría de manera
drástica todo aquel área y que, a la postre; tras conseguir adaptarse a las
nuevas circunstancias; iba a ofrecerle al Taimus una segunda oportunidad.
Coincidiendo con el cambio de
centuria, el aumento demográfico y la presión urbanística provocaron que los
límites de la ciudad de Qarpatia se fueran ampliando (afortunada coincidencia)
siguiendo precisamente el eje que describía el curso del Návalon hasta su
desembocadura. De la paulatina metamorfosis que fue experimentando el paisaje
ribereño se vio afectada, también, la amplia superficie que había ocupado “la hacienda” durante sus años dorados.
Sus antiguos límites fueron progresivamente invadidos y muchas de sus
estructuras terminaron siendo demolidas para facilitar una rápida transición
hacia un ordenamiento más urbano. Pese a todo, el Taimus propiamente dicho
consiguió sobrevivir y… no sólo eso. Gracias al acertado criterio de las
autoridades administrativas de aquel momento, consiguió hacerse un hueco; a principios
del siglo XX; como referente cultural de una urbe en plena expansión. Así ha
continuado siendo hasta nuestros días en donde; tras sucesivas remodelaciones;
a terminado adquiriendo el aspecto y los usos con los que cuenta en la
actualidad.
Es a este punto a donde yo quería
llegar a través de esta dilatada introducción: ¿en qué se ha acabado
convirtiendo el Taimus contemporáneo? Pues bien. Lo que más me llamó la
atención la primera vez que tuve la oportunidad de visitarlo no fueron ni su
arquitectura ni la suntuosidad de tan exclusivo decorado, sino, más bien, la
frenética actividad que se viene desarrollando en su interior.
Independientemente de cuál sea el momento del día, funciona como si se tratara
de un microcosmos donde siempre estuviera sucediendo algo y donde el continuo
ir y venir de personas convierte a este espacio en una constante fuente de
estímulos un tanto “mareante”; y
hasta incluso abrumadora para quienes no estén habituados.
Estructuralmente; aunque se haya
intentado respetar una gran parte de sus elementos originales; la distribución ha
tenido que adaptarse a su ubicación en un entorno mucho más compacto que aquel
otro para el que había sido diseñada. Puertas adentro, resulta un tanto
laberíntico; caótico en apariencia; con el fin de sacarle todo el partido
posible. Aunque no se trate de una edificación excesivamente grande, los
sucesivos anexos y añadidos a su planta original obligan al visitante
accidental a no recorrer sus estancias demasiado despreocupadamente si no
quiere terminar perdiéndose (aunque, en ocasiones, esto último pudiera suponer
un acicate).
Si nos dejamos caer por allí,
tendremos la oportunidad de concurrir a conferencias y presentaciones de lo más
“variopintas”, de degustar alguno de
los platos más exquisitos del mundo en el interior de los afamados restaurantes
que alberga y…, cómo no, de asistir a alguna de sus míticas fiestas (de las que
se dice que haría sonrojar a las mismísimas bacantes y que parecen solaparse,
una tras otra, de manera ininterrumpida).
Erotismo, desenfreno y
voluptuosidad desmedida para este entorno concebido como un templo en el cual
rendirse a los placeres mundanos, donde casi cualquier cosa es posible y donde
las más libidinosas ensoñaciones se jactan de abandonar el reino de lo onírico
merced a unos cuerpos que, gustosamente, vienen a ofrecerse como extasiados
huéspedes.
Suelen decir los qarpadios que: “el Taimus
nunca duerme”, y así es en verdad. Sabiendo esto, no os resultará nada
complicado haceros una idea, bastante aproximada, de cómo será el cariz de los
acontecimientos que tendrán lugar en su seno durante la noche de mañana; habida
cuenta de que ese será el momento preciso en que esta ciudad estará celebrando
el aniversario de su fundación.
A mí, este tipo de eventos, me
pillan un tanto desentrenado, y creo que voy a optar por un destino algo más
tranquilo y alejado de las aglomeraciones (aunque, eso sí, sin prescindir de
una buena compañía).
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