El momento de la revelación.

 


Y en un instante
de abrumadora lucidez,
alcanzó a comprender,
sin ningún género de dudas,
que aspirar a ser feliz
en todo momento,
lugar o compañia,
sería como favorecer
que la infelicidad
se convirtiera
en parte de su rutina.

Tras tomar conciencia
de tan perversa contradicción,
nunca más se dejaría arrastrar
por los cantos de sirena
que minaban su albedrío
y, con inquebrantable convicción,
optó por abrir,
de par en par,
la puerta que...,
indefectiblemente,
habría de dar paso
a todos y cada uno
de los sutiles matices
que conformarían su vida;
pues, a fin de cuentas,
aquella iba a ser
la única que tendría.

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