Muros de ingratitud.




Bajo ese pesado manto
de desprecios cotidianos,
recubierta por la mugre
de tanto escombro vertido,
luchas por desprenderte
de, al menos, parte del lastre
que inoportunos supuestos
te adjudican sonrientes.

En el fondo de ese pozo
donde otros te arrojaron,
al final de ese conducto
de estrecheces y mentiras,
se perfila tu silueta
rompiendo la simetría
de esos embustes trazados
con estudiados ardides.

Pero… basta con pararse,
sin recurrir al pretexto,
detenerse brevemente
y comprender de inmediato
que hay un tesoro escondido
tras los muros de ladrillo,
y que lo han emparedado
por no querer compartirlo.



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