Exilium.
Por mucho que, a estas alturas,
nos guste considerarnos como una especie sedentaria, lo cierto es que; tanto en
el pasado como en la actualidad; los movimientos migratorios constituyen una de
las señas de identidad del género humano. Ya sea huyendo de las guerras, el
hambre o la pobreza, en última instancia, las personas siempre recurriremos a
la alternativa de buscar alojo en entornos más propicios cuando las cosas se
pongan feas.
A la causa primigenia (la búsqueda
de sustento) que desencadenaba tal suerte de desplazamientos, hoy en día hay
que sumar otra serie de condicionantes más abstractos (políticos, religiosos,
étnicos, etc…) que inciden, por separado o conjuntamente, pudiendo llegar a
conferir a todos aquellos individuos,
sobrepasados por su influjo, un status ciertamente problemático: el de
refugiado.
Qarpadia siempre ha quedado al
margen de los flujos migratorios mayoritarios debido, sobre todo, al interesado
secretismo que…, desde antaño, ha
envuelto su existencia. Pero, de todas formas, aunque no hubiera sido así, no
creo que fueran muchos los dispuestos a abonar el peaje exigido para ganarse el
derecho de formar parte de esta colectividad. Esto no se traduce en que no
existan expatriados que terminen recalando y asentándose en el seno de la
nación invisible. Podemos encontrarnos con algunos que, incluso, se arrogan
para sí cierta condición de refugiados, si bien, dicha condición, no se ajusta
demasiado a los cánones convencionales. Vendrían a ser (en cierta forma, si es
que se les puede llamar así) una especie de “refugiados
emocionales” que; tras haber protagonizado las más diversas
peripecias; han llegado hasta aquí
huyendo de distintos tipos de toxicidad (social, afectiva, pseudomoral…) que
los asfixiaba hasta el punto de suprimir su propia identidad, obligándolos a
portar; de forma prácticamente ininterrumpida; una máscara virtual con el fin de
no perecer contaminados por los efluvios que emanaban en los entornos
envenenados de los que procedían.
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