Salvaguarda.
¿Cuántas veces hemos
visto
que se establecen
criterios
desde una cruda
ignorancia
que en nada nos
favorece?
¿Cuántas veces hemos
sido
señalados con
desprecio,
cubiertos por la
ignominia
y acusados de
insensibles?
Justificar, día tras
día,
nuestro impulso
dominante
desdibuja las
virtudes
que nuestro rol nos
confiere.
Y es que se piensa; a
menudo,
con un exceso de
celo;
que nos mueve la
manía
de sentirnos
poderosos.
Que buscamos
reafirmarnos
degradando sine die,
destapando las
miserias
de unas mentes desquiciadas;
y es verdad que hay
mucho cafre
que se desliza,
taimado,
a estas formas de
ayuntarse
cuando sus vicios son
otros.
Quienes sentimos de
veras
esa clase de influencia
somos conscientes del
peso
que cargamos a la
espalda.
Nos hacemos
responsables
de ese bien que nos
regalan
y, como pago a esa
entrega,
hay que velarlo en
justicia.
Al exigir obediencia
hemos de ser
consecuentes
y asumir nuestros
errores
como parte del contrato.
La autoridad que se
impone
rara vez es duradera;
en cambio, la que se
gana,
se convierte en
salvaguarda.
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