Sin salir del armario.

 


Poco se le puede objetar a la naturalidad cuando esta es real, espontánea y desprovista de artificios. Sentir de manera desenvuelta sin preocuparse del "qué dirán" sólo es censurable en circunstancias muy concretas. No obstante, hay quien confunden este modo de conducirse con un enfermizo afán por exponerse y ser el centro de atención a cualquier precio.

Quienes actúan de ese modo obran, curiosamente, en contra de cualquier principio de naturalidad pues, a fin de cuentas, lo que persiguen es la respuesta de sus potenciales espectadores. Otros, en cambio, disfrutan plenamente de sus particulares deleites en un ámbito bastante más reservado sin necesidad de darse tanto bombo. No siempre (casi nunca) los que más enseñan son los que terminan llevándose el "gato al agua".

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