Flâneurs.

 


Para disfrutar de los encantos de esta urbe tan peculiar no es necesario organizarse demasiado. No hace falta establecer un itinerario prederteminado ni definir la duración de nuestra estancia. No importa la época del año en la que nos encontremos ni la ruta que, finalmente, escojamos a través de sus, casi siempre, evocadoras calles.

Lo que sí resulta muy conveniente es despojarse de cualquier distracción artificiosa y deambular sin un rumbo establecido desvestidos de ideas preconcebidas, dejando las preocupaciones cotidianas oportunamente aparcadas e impregnados por el contemplativo espíritu de un paseante, casi casi, profesional.

Como, para explicar según que cosas, resulta mucho más conveniente confiar dicha empresa a personas con un talento algo más elaborado, aquí os dejo la descripción que Charles Baudelaire, allá por la década de 1860, hizo de aquellos individuos que él condideraba especialmente provistos del don para sacarle todo el partido a sus excursiones urbanas.

La multitud es su elemento, como el aire para los pájaros y el agua para los peces. Su pasión y su profesión le llevan a hacerse una sola carne con la multitud.

Para el perfecto flâneur, para el observador apasionado, es una alegría inmensa establecer su morada en el corazón de la multitud, entre el flujo y reflujo del movimiento, en medio de lo fugitivo y lo infinito. Estar lejos del hogar y aun así sentirse en casa en cualquier parte, contemplar el mundo, estar en el centro del mundo, y sin embargo pasar inadvertido —tales son los pequeños placeres de estos espíritus independientes, apasionados, incorruptibles, que la lengua apenas alcanza a definir torpemente.

El espectador es un príncipe que vaya donde vaya se regocija en su anonimato. El amante de la vida hace del mundo entero su familia, del mismo modo que el amante del bello sexo aumenta su familia con todas las bellezas que alguna vez conoció, accesibles e inaccesibles, o como el amante de imágenes vive en una sociedad mágica de sueños pintados sobre un lienzo.

Así, el amante de la vida universal penetra en la multitud como un inmenso cúmulo de energía eléctrica. O podríamos verlo como un espejo tan grande como la propia multitud, un caleidoscopio dotado de conciencia, que en cada uno de sus movimientos reproduce la multiplicidad de la vida, la gracia intermitente de todos los fragmentos de la vida.

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