Proclamas.

 


Lo que se descubre realmente cuando ya se lleva algún tiempo buceando por entre los entresijos de esta ciudad es que, entre el ánimo de sus pobladores, no impera ningún deseo de trascendencia; al menos no de ese tipo tan ligado al aplauso y un celebrado e imperecedero reconocimiento popular.

Esta ciudad únicamente aspira a ser; si no entendida; al menos respetada y; en todo caso, si eso fuera posible; resultar inspiradora, que no aleccionadora.

Esta ciudad busca abrir las mentes sin obligar por ello a tener que cerrar los ojos.

Esta ciudad se esfuerza en poner en valor las esquivas sutilezas que casi siempre se ocultan tras el aparentemente incontestable sentido de muchas definiciones.

Esta ciudad trata de demostrar que es posible erizar las pieles mientras se agitan las conciencias.

Esta ciudad no teme sumergirse por entre algunos usos de carácter un tanto sórdido para demostrar que..., también ahí, hay lugar para que se manifiesten ciertos refinamientos.

Esta ciudad no persigue el favor de las mayorías ni amoldarse al discurso establecido; si bien no sienta la más mínima necesidad de combatirlos más allá de la libre exposición de eventuales alternativas.

Esta ciudad es la mirada furtiva, el rubor disimulado, las fantasías secretas y los temores superados.

Esta ciudad no encubre, no disimula y valora sobre todas las cosas la honestidad de palabra y de sentimiento.

Esta ciudad, en definitiva, es un lugar que no busca incitar a la revuelta, pero sí abrir las puertas a una meditada, encendida y profunda evolución.

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