Veranos en el pueblo.
Quienes soléis visitar esta ciudad con una cierta asiduidad, ya os sonorán de algo las notables diferencias que, en muchos sentidos, tiende a evidenciar si la comparamos con cualquier otra ubicación. No obstante, en multidud de ocasiones, algunas de las dinámicas por las que se rige no difieren en demasía de las que nos es posible observar en muchos otros lugares.
A pesar de contar durante todo el año con una atractiva y variada oferta tanto en lo lúdico como en lo cultural, entre sus residentes habituales la temporada veraniega puede llegar a hacerse un tanto pesada y, aunque se trate de un enclave costero; o precisamente por eso; el ambiente canicular que se apodera de sus calles durante estas semanas parece disuadir a muchos de permacer afincados durante estos días en el seno de un agitado y caluroso entorno urbano.
Un poco al hilo de lo que ya dejaba esbozado en mi anterior post, en tales circunstancias, no son pocos los que optan por cambiar, si no de costumbres, sí de emplazamiento, llevándo a la práctica ese conocido recurso de modificar una parte del conjunto para que su esencia se vea lo menos afectada posible.
Desde espacios que sean capaces de destilar un elenco de sensaciones más fluidas y sosegadas, un buen número de contumaces urbanitas, se olvidan durante un tiempo de su más que interiorizado hábitat y se rinden plácidamente a las bondades de unos escenarios que..., puede que resulten más sobrios a nivel estético, pero que son capaces de proporcionar, a su manera, otro tipo de alicientes.
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