Vamos a la disco.




En el lugar del que provengo, existía, allá por los noventa, una banda que se hacían llamar los “Gremlins Stones” y que, en su repertorio, contaban con un tema llamado precisamente así: “Vamos a la disco”. La letra no puede decirse que fuera demasiado elaborada, pero sí que iba directa al grano estableciendo una serie de “necesidades”, muy concretas, que; a día de hoy, de manifestarse con idéntico desparpajo en los mismos escenarios de antaño; a buen seguro que serían objeto de denuncia.

Pero a lo que vamos. Esa no ha sido la razón por la que he escogido ese título para encabezar esta crónica. Mi verdadera intención es la de invitaros a acompañarme en una breve visita por uno de los locales de referencia dentro del panorama electrónico de la ciudad tras el sol. Como sucede con otros establecimientos de naturaleza similar (caso del Qopérniqo, el Henvifi o, ¿cómo no?, el emblemático Taimus), esta sala en concreto; de nombre Shail Phail; goza de cierto ascendiente dentro de la escena nocturna de la capital oficiosa de la nación invisible. No obstante, a diferencia del resto, no es este un local que resulte fácil de encontrar para un recién llegado a no ser que, antes, se le hayan facilitado una serie de indicaciones muy precisas.





Aunque; vista sobre un plano; su ubicación se revele estratégica (lo apreciamos situado en el extremo del Eitiq que limita con El Gronm y Veilin) instalados sobre el terreno no vamos a encontrar ningún indicador o referencia externa que anuncie su presencia, por lo que, a ojos de cualquier foráneo, pasaría completamente desapercibido incluso encontrándose frente a la entrada misma. El acceso al público en general se localiza en mitad de un callejón de escaso atractivo y consiste en una tosca y gruesa puerta de metal que franquea el paso a un empinado tramo de escaleras. Una vez descendido, nos vemos obligados a girar a la derecha a través de un alargado corredor de aspecto bastante descuidado y envuelto por una perenne e intensa luz de tonos rojizos. Llegados al final, tendremos que girar nuevamente, esta vez a la izquierda, y…, al fondo, ya vislumbraremos cierta actividad. Entre tanto, los sonidos que nos habían ido llegando durante esta especie de recorrido iniciático se van despojando de buena parte de su reverberación mientras van ganando en intensidad y nitidez.




Cuando, por fin, nos adentramos en el recinto propiamente dicho, la impresión que nos causa (sobre todo la primera vez que lo visitamos) es de sorpresa y cierta incredulidad. Visto lo anterior, nada nos hace presagiar la amplitud del espacio; distribuido en varios niveles de simetrías superpuestas; que se abrirá ante nosotros. La naturaleza de su iluminación será el único punto en común con lo que hemos experimentado previamente pues, todo lo demás, se nos antojará totalmente inesperado. La distribución; excepción hecha de aquellos espacios destinados al baile; se manifiesta repleta de infinidad de rincones y reservados, cada uno con un toque distinto, decorados con esmero y dotados de una acentuada calidez. A diferencia de otros, este establecimiento debe su fama a la serenidad que transmite su atmósfera y los que acuden al mismo buscan disfrutar de un ambiente relajado donde la música los envuelva pero sin caer en la estridencia. Cabe decir que…, las armonías que aquí se despliegan, pertenecen a una variante de chill out de cadencias hipnóticas y con ciertos toques tribales.



Todo ello, en su conjunto, atrae a un tipo de público que rehúye aquellos ambientes más masificados y busca, en cambio, un espacio; que sin abandonar del todo su componente festivo; resulte a la vez cómodo y acogedor. Un lugar que, en definitiva, oferte una experiencia íntima, agradable y ¿por qué no decirlo? con un toque de exclusividad.






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