Con claridad de miras.

 


Hay ciertas ocasiones en las que el enfoque que le damos a todas las cosas tiende a verse limitado. La razones pueden ser muchas pero la consecuencia es siempre la misma: perdemos de vista la increíble variedad de elementos, vivencias y emociones que aguardan a ser descubiertas.

Nuestra vida es un viaje y, como en cualquier viaje, deberíamos encararlo con una mirada curiosa y desprovista de prejuicios. Muchas veces somos nosotros mismos los que nos adentramos en un laberinto de artificiosas inseguridades y nos ocultamos en una profunda sima a fin de mantenernos a salvo.

Nada hay de malo en el hecho de obrar con prudencia, pero no a costa de privarnos de todo aquello que, en justicia, nos pertenece. Nuestro viaje nunca estará exento de riesgos, ahí radica parte de su encanto, en saber desenvolverse, en aprender algo nuevo a cada paso, en cada tropiezo, en cada recodo de ese camino, a veces, tortuoso y, a veces, apasionante.

Esa es la única actitud válida para todos cuantos aspiran a desentrañar los encantos y misterios que atesora la nación invisible pues..., sin el temple adecuado, nada puede extraerse de los inexplorados confines que se dibujan delante.

Es normal sentir una cierta desazón al enfrentarse a algo nuevo, pero cuanto antes se acometa algo antes se llegará a comprender y..., por ende, también a desarrollar con cierto grado de habilidad. Muchos son los portentos que permanecen  secretos más allá de la boca del túnel. Sólo hay que salir y ponerse buscarlos.

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