Miradas inquietas.

 


Durante mis frecuentes paseos por las calles de esta ciudad, tiendo a ojear todo cuanto me rodea. Pero...; más que en la arquitectura, el tránsito de vehículos o el mobiliario urbano que busca conferir pequeñas notas de color a cada zona; aquello a lo que mis ojos suelen prestar más atención es a ese otro paisaje más humano, plagado de gestos y confidencias; las más de las veces; silenciosas.

De entre todas las formas de comunicación que nuestra especie es capaz de emplear, tal vez, la más reveladora de ellas resulte ser la mirada. Quizás por el hecho de haber sido la primera que nuestros ancestros tuvieron que desarrollar; hasta que fueron capaces de elaborar otro tipo de lenguajes más complejos; conserva una pureza y una profundidad que las palabras son incapaces de emular.

Indiscutiblemente, a través de las miradas, es imposible difundir todo el compendio de conocimientos que hemos ido acumulando a lo largo de los siglos, pero aquello que sí son capaces de transmitir queda clara e inequívocamente definido, sin el menor sesgo de duda o lugar a la malinterpretación (cosa distinta es lo que cada cual quiera entender).

Dicen que los ojos son el espejo del alma y... en determinadas ocasiones, frente a determinadas sensibilidades, no existe mejor reflejo que el que queda impreso tras el brillo de unas pupilas resueltas y..., hasta cierto punto, indisciplinadas.

Podéis haceros los locos todo cuanto queráis aunque..., con muy contadas excepciones, sepáis perfectamente de qué estoy hablando. Así que..., cuando vosotros mismos seáis los protagonistas de esta incontestable realidad a la que me estoy refiriendo, no os toméis demasiado mal que me apropie de una pequeña porción de esa energía desprendida si, por un casual, nuestros caminos se cruzasen en ese momento.

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