Abrigos metálicos.


Buscas sostén y sentido
para aquello que te inquieta
y, en respuesta a tus plegarias,
te es ofrecido un remedio
que ha de ponerle coto
a tu azaroso embeleso.

Es una férrea caricia
que entrelaza los deseos
sobre tu cuerpo desnudo.
Un frío tacto adherido
como sólida sustancia
que enhebra tus voluntades.

Te abandonas a su peso,
a su medido volumen,
mientras envuelve tu empeño
al tiempo que traza sendas
por un territorio ignoto
que trasciende la materia.

Retiene el aire que aspiras,
contiene el temblor latente
y pospone conclusiones
a una incipiente lascivia
que pugna por desbordarse
aunque se muestre ceñida.

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