Cuestión de compromiso.
Si lo comparamos con las aspiraciones que, cada vez con mayor frecuencia, tienden a imperar en ciertos modelos de sociedad (conductualmente hablando, más que líquidas, gaseosas) el espíritu que desprende esta ciudad podría llegar a considerarse como un poco anticuado y..., hasta me atrevería a decir, con un punto de reaccionario.
A pesar de lo transgresor que puede llegar a parecer en muchos momentos el modo que tienen de desenvolverse sus moradores, no por ello son demasiado dados a echar mano de cualquier pretexto con el objeto de justificar de mala manera los eventuales errores que pudieran llegar a cometer. De los errores es posible aprender, aunque dejarlos caer en el olvido no es la mejor manera de hacerlo. Recurrir a una excusa no es exactamente olvidar, pero sí que es un método bastante efectivo si lo que se pretende es engañar a la memoria reescribiendo una parte de las realidades pasadas; curiosamente suelen ser las mismas realidades de las que nadie quiere hacerse responsable. ¿Os suena esto de algo?
Pues bien. Para quien no lo sepa, en este pequeño rincón del mundo puede que sean ostentosamente laxos cuando de lo que se trata es de imponer una moralidad férrea que determine el comportamiento del conjunto de su población en todos los ámbitos. Ahora bien. Las normas, que las hay, no son muy numerosas, pero sí que son de obligado cumplimiento pues, el hecho de poder disfrutar de los beneficios y libertades a los que es posible acceder desde aquí, lleva implícito un compromiso para con esas mismas normas que los hacen posibles. De ahí que, quienes no están dispuestos a acatarlas, no tengan cabida en el ordenamiento de este atípico entorno. Ni el resto de sus méritos, ni su estatus previo, ni los posibles atractivos que puedan esgrimir como atenuantes a su falta de observancia para con esas directrices básicas, les podrán librar entonces del oprobio de verse excluidos ese proyecto en común del que tuvieron la oportunidad de formar parte.
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