El entramado secreto.

 


Diablo blanco,

sastre negro,

que te viste de indecoro

con libertina prestancia.

Patrones elaborados

a partir de la lujuria

y marcados con la tiza

del pecado más ardiente.


Pespuntes de verbo obsceno

que hacen fluir ese hilo

que es indicio y herramienta

de la labor emprendida.

Hebras de tiempo que hilvanan

el sentido de esa prenda

que no cubre tu vergüenza

sino, más bien, la enaltece.


Firme abotonadura

que se ajusta como un guante

en el ojal que, al efecto,

se dispone a recibirla.

Pliegues que se solapan

mediante gruesa costura

por el pulsante trazado

de una oquedad pertinente.


Ribetes bien escogidos

de entrecortados resuellos

que den un aire conciso

al conjunto ya ensamblado.

Y sólo falta el bordado,

ese que traza el modista,

como firma a su trabajo

sobre la tela... aún caliente.


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