Descatalogados.

 


Muchos os preguntaréis a qué se debe mi insistencia por relatar cuáles son los usos y costumbres que imperan en ese indefinido espacio geográfico que ocupa "la nación invisible". Pues bien, en un principio, mi intención era establecer una suerte de comparativa entre lo que se considera "normal", y lo que no, dependiendo del lugar en el que residamos y, de esa forma, incidir en ese componente de "relatividad" que impregna casi todos los aspectos de nuestra vida. Buscaba, en cierta forma, incitar a la reflexión al confrontar una realidad alternativa con esas otras que, en mayor o menor medida, venimos aceptando. No obstante, conforme han ido transcurriendo los años; y sin querer entrar en estériles polémicas que no llevan a ningún sitio; me he dado cuenta de que pertenezco a un minoritario grupo de proscritos (y al decir minoritario no quiero decir poco nutrido) que no comulga demasiado con esa dinámica de pretenciosas imposturas de escaso recorrido que tan presentes parecen estar en nuestros días. Existen de muchos tipos y abarcan infinidad de temáticas pero, todas ellas comparten un sesgo común: la intolerancia.

En estos días cuesta mucho salirse del guión preestablecido, verbalizar verdades incómodas o poner el acento en cuestiones de fondo que dejen de lado el exacerbado postureo que, en ocasiones, raya el fanatismo. Cualquier persona; al menos a priori; es digna de respeto, pero no todas las opiniones lo son, sobre todo aquellas que buscan imponerse a las del resto al precio que sea. Nos gusta presumir de estar viviendo en una idílica sociedad donde prima la diversidad, el respeto y la tolerancia cuando, en realidad, dista mucho de ser cierto. En general, da la impresión de que cada vez hay más personas con "la piel demasiado fina", personas a las que casi todo les ofende y por las que hay que estar cambiando constantemente las normas en mitad de la partida. Con independencia de las excepcionales circunstancias a las que estamos asistiendo a nivel mundial, da la impresión de que estemos viviendo en un artificiosamente prorrogado estado de interinidad donde nada está del todo claro y en el que nadie sabe demasiado bien a qué atenerse. ¿Estaré haciendo bien o mal? Lo que ayer era correcto hoy está mal visto, pero... ¿y mañana? ¿Quién sabe? Se muda de opinión con una facilidad pasmosa (lo que viene a confirmar la ausencia de una verdadera opinión) y..., precisamente, cuando nunca ha sido tan fácil "tirar de hemeroteca", es cuando la memoria colectiva da la impresión de estar padeciendo un grado de abotargamiento muy difícil de cuantificar. A los que no nos préstamos a entrar en ese juego de "excepciones a la carta" se nos descalifica, se nos vilipendia y se nos "descataloga" arrojándonos a un ostracismo quirúrgico, sometiéndonos a una" damnatio memoriae" que busca erradicar cualquier rastro de nuestro pensamiento y hasta de nuestra propia existencia.

Viendo toda esta serie de cosas es cuando comprendo el motivo por el cual los moradores de Qarpadia han optado por el anonimato, desistiendo por completo de compartir su parecer, mientras ejercen su derecho a instalarse en la autárquica; mientras soy testigo de cómo, ellos mismos, se ocupan de borrar sus huellas y, decididos a mantener su esencia a salvo de cualquier tipo de injerencia, se atribuyen orgullosos el calificativo de "invisibles".


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